Lo de las licencias de hostelería en esta Villa de nuestros padeceres está llegando a extremos hasta hace no mucho más o menos insospechados. Y eso que desde hace ya un tiempo todos sabíamos que cualquier sospecha, por horrenda que fuera, podía convertirse en inminente realidad.
En el Casco Viejo crece (desordenadamente) la hostelería y muere el comercio. En Indautxu se mantiene o crece el comercio y la hostelería agoniza. La mayor parte del resto de Bilbao pone velas a la Amatxu de Begoña mientras reza: «Virgencita que me quede como estoy, que cosas peores se están viendo».
Aunque en mi medio siglo largo de vida he conocido casi todos los Bilbaos posibles, me duele no haber estado presente en el de la capa y espada: no me digan que no habría sido bonito ver a dos espadachines batiéndose en duelo por ‘un quítame allá esas licencias hosteleras‘. Porque en aquellos tiempos seguro que en la Villa de Don Diego lo que se aplicaba era más el juicio de valores y de razón que lo que se le ocurriera a algún burócrata iluminado en Flandes.
Desde el ‘todo vale’ de la época de nuestro Bilbao glorioso en que no faltaba ni sobraba nadie, el ‘nada vale’ de hace dos o tres lustros, en que no podías ni tomarte una cerveza en tu casa si el bar más próximo estaba a menos de treinta millones de años luz, el ‘vuelve a valer todo pero sin control, que la habíamos cagao, y puede usted montar un bar de día incluso en el portal de su casa’… hasta hoy, en que la municipalidad competente ya no sabe ni por dónde le da el aire, vamos dando tumbos sin rumbo, con una difusa normativa europea a modo de estrella polar que, presumiblemente, nos señala un norte.
A propósito de terrazas, ejes comerciales y bares pequeños en el Casco Viejo tenemos recientes declaraciones de los responsables de la Administración diciendo: «la normativa no da pie a abordar…», «la directiva Bolkestein no permite…». A ver: yo no dudo de los innegables méritos del señor Bolkestein (de hecho, y por lo que he oído, es un fenómeno); pero la norma municipal se puede modificar y adaptar, porque lo que vale para unas poblaciones no tiene por qué valer para otras. Ni siquiera lo que vale para unos barrios o zonas dentro del mismo ayuntamiento vale para otros. Mi pregunta es: ¿para qué tenemos responsables municipales? Porque si cada paso que damos, cada juramento que rompemos, cada sonrisa que falseamos y cada derecho que reclamamos tiene que dictarlo Bruselas… podríamos ahorrarnos un montón de remuneraciones en cargos públicos autóctonos.
Cada sitio es cada sitio. La moratoria de paralizar temporalmente (un año) las licencias hosteleras en el Casco Viejo tampoco tiene mucho sentido: ya hay cola (gestores con toda la documentación preparada y albañiles con la paleta entre los dientes) esperando a que se levante la suspensión cautelar. Pero el Casco Viejo en su conjunto no está ‘saturado’. Hay calles y plazas que sí (pregúntenle a aquel hostelero que me dijo «ya sólo falta que permitan motar un bar dentro de otro bar») y calles que no. Lo suyo es aplicar el sentido común a cada caso y molestarse en pensar si aquí conviene una cosa al interés común y aquí no. Y pedir un poco de raciocinio al que cree que todos valen para ser hosteleros (cuando existe el hostelero de raza; y justo Bilbao, históricamente, fue siempre plaza privilegiada en ese aspecto). Y echar una manita (aunque la famosa directiva no lo permita, aunque sí se permite ‘salvar’ bancos con dinero público) al que quiere ofrecer algo interesante, o al que quiere conservar un patrimonio o una tradición que ve peligrar en brazos de la crisis.
Pero ‘la normativa’ ya parece la jofaina de Pilatos, donde todo responsable de la Administración se lava las manos, y tiene el agua tinta en el color del sudor y la sangre del contribuyente.
Está también lo de las franquicias. «La directiva Bolkestein no permite controlar…». Acabaré cogiendo una manía atroz a Heer Bolkestein.
En lo referente al recién inaugurado Starbucks Bilbao ya he leído y oído todo tipo de comentarios, desde: «¡qué guay!, ya tenemos un Guggenheim y un Starbucks, luego ya estamos clavados con chinchetas de colorines en el tablero internacional» hasta: «qué horror, otra franquicia, pues yo prefiero el café de no sé dónde de toda la vida».
Por mí bienvenido sea un Starbucks en Bilbao (mientras no haya uno cada media manzana, como pasa en USA y en otras ciudades de Europa), que ocupa, no lo olvidemos, parte de los bajos de El Corte Inglés, que a su vez adquirió el local a Marks&Spencer, que se lo había montado en un edificio que eran viviendas particulares. Y esto no es lo mismo que cargarse un local de solera bilbaina de toda la vida para montar un McDonald’s, por ejemplo. Eso sí: si un día me pierdo que nadie me busque en él. Como bilbaina militante tengo cierta aversión a los lugares donde hay que tragarse el sandwich o el bocado de turno con el acompañamiento de un café espumoso o un zumito de bote. Porque en toda España los Starbucks han decidido que -al contrario que en USA y otros sitios de Europa- no se sirve ni cerveza ni vino… probablemente porque la cadena se ha dado cuenta de que en este país bares de sobra tiene la Santa Madre Iglesia. Y eso es lo bonito: no ceñirse a una idea preestablecida o a una directriz, empresarial o política, sino adaptarse a cada lugar y a cada ámbito social. Y que cada cual ofrezca lo que considere que pueda interesar, siempre que no ataque el entorno urbanístico ni el patrimonio sociocultural.
Mientras tanto la realidad es que en Bilbao crece en algunas zonas con anarquía el ‘bar de día’; los pocos locales de noche que aún funcionan reciben visitas continuas de la policía municipal hasta el punto de hacer que la copa que uno se está tomando se convierta en vitriolo en su boca (de esto puedo dar fe, que lo vivo en mis carnes cada vez que intento marcarme una noche loca en la Villa otrora gloriosa que nunca dormía); el pequeño comercio se rinde a las grandes superficies, franquicias y cadenas de moda y supermercados… y dentro de poco cualquier visitante, o nosotros mismos, no vamos a recordar si ayer estábamos en Bilbao o en cualquier otra ciudad encorsetada por las directrices europeas.
Particular e irrepetible idiosincrasia villana sacrificada en aras de la globalización económica, cultural y social. Y de la ‘normativa’. Una pena.
2 Comments
Corroborando tu artículo permíteme que añada alguna cosa. La «ciudadanía vasca» tenemos la inmensa suerte de tener sobre nuestra existencia la mayor hiperregulación del mundo, con cinco instituciones burocráticas que velan por nuestro estado de bienestar, un Ayuntamiento, una Diputación, un Gobierno Vasco, un Gobierno de España y un Gobierno en Bruselas que vienen a producir unas 50 normativas jurídicas al día , 20.000 normas al año con cerca de 1.300.000 folios. Ningún ciudadano de ningúna otra región o país puede sentirse tan feliz de tener tanta burocracia. Pero si algún osado emprendedor quiere obtener una licencia de apertura de un negocio, no estaría de más preguntar, porque igual tiene la suerte de contar en la Villa con determinados conseguidores que a cambio de un sobre conteniendo una sustanciosa cantidad obran el milagro de traspasar a velocidad relámpago por las mil y una normativas y permisos para obter la ansiada licencia en una semana
la purita verdad, a la que seguirán haciendo oídos sordos