“El placer de la pintura, el placer del paisaje, el placer de la calma, y el placer de la libertad. Estas parecen ser las cuatro leyes por las que se rigen la mano y el cerebro de Covadonga Valdés Moré”, en palabras de Juan Cueto. La asturiana de nacimiento, aunque bilbaína de adopción, Covadonga Valdés Moré, Keka, para los amigos, expone en la Sala kutxa de San Sebastián sus cuadros placenteros. Una palabra sugerente como ninguna que desarrollaré hasta la saciedad en mi post de hoy. La pintura para un artista es el mayor de los placeres. Algo instintivo, decía Zumeta, como respirar, una necesidad vital que entiendo y siento como propia. Mi hija de once años pinta, ayer pudistéis degustar una de sus obras. Mi madre lo hacía y también mis hermanas, mientras yo las observaba celosa. No sabía que la vida, que da tantas vueltas, iba a llevar a esta autora por derroteros paralelos. Mira qué casualidad que Itxasito acabe escribiendo con esa inconsciencia que los pintores sienten en momentos de verdadero éxtasis creativo. Pues sí, así es queridos todos.
Y continúo desgranando, placer del paisaje, qué inmensidad tan verde y grana, ambarina, escarlata, turquesa. Paleta del arco iris que acerca mi memoria a la de otra grande de la pintura, “genia” del color, mi buena amiga Pepa Poch. Sigo con el placer de la calma, y este sí que es un bien escaso, y por ello, uno de los más recomendables. “El stress mata” reza un dicho que bien aplican las repúblicas bananeras y algo de eso no nos vendría mal aprender, sin duda. Y concluyo, con este breve análisis del discurso de Juan Cueto, al que desde este espacio saludo, aunque no tengo el gusto de conocer, por ahora. Termino, como decía, con uno de los mayores placeres del mundo mundial, la libertad. ¡Qué palabra tan hermosa!, ¡Dios mío! Una belleza de registro, que espero ser capaz de compartir con vosotros. La montaña produce esa libertad, ya me lo decía hace unos cuantos años Edurne Pasaban, pero es algo que todos hemos experimentado en alguna ocasión. Este pasado fin de semana la sentí con fuerza en Baqueira. Pura magia difícil de describir en toda su inmensidad. Aire puro, cielo azul, nieve y soledad, eso es una forma de libertad única y maravillosa. Imaginación al poder, ¡bravo por la magia!
Vuelvo a Covadonga, que no quiero desviarme del tema. Decía de ella y coincido plenamente con mi compañero y gran escritor, Jon Mujika, que su obra tiene un aire oriental, y además recuerda, y esta es una opinión personal, a David Hockney, a sus bosques en concreto, y así se lo planteé a la pintora durante el trayecto a Donosti. A lo que ella respondió, “pues a decir verdad esa relación entre los estilos la han apreciado ya otras personas”. Bueno, que no soy tan original. El viaje a la Concha resultó muy placentero, retomo la palabra en cuestión. Lucía un sol espléndido, la conversación era de lo más entretenida y hacíamos algo que a las mujeres nos encanta. Teníamos un día de chicas. Tres mujeres, la tercera, Cristina Giménez Elorriaga, organizadora de la muestra, nos acompañaba. Una compañera agradable e interesante, por cierto. Pero el círculo de chicas no terminó ahí, se completó con una bilbaína afincada en San Sebastián de lo más entretenida, Gloria Carrera, ¡pura vida! que dirían los mexicanos.
San Sebastián estaba precioso, de postal, y la primera parada, como no podía ser de otra manera, recayó en la exposición de Covadonga, una hermosura llena de placer natural y colores puros. Pequeños paraísos de flores y árboles. Siempre en las muestras tenemos una obra que nos entra por la retina, o más bien, por la que sentimos una atracción incuestionable. Yo elegí, como no podía ser de otra manera el cuadro naranja que ocupaba el chaflán izquierdo. El más oriental de todos, en formato cuadrado y bello en su sencillez. Coincidimos todas en que la muestra desprendía paz, una extraña melancolía, diría yo, y la sensibilidad de una pintora que lleva el arte en sus venas. Su abuelo fue un reconocido pintor e intuyo que también, su primer gran maestro. Tras la expo y consiguientes fotos para inmortalizar la ocasión, paseamos hacia lo viejo, con parada para comprar jabones en una tienda afrancesada. Pintxo, pote y visita a una emblemática galería, Altxerri. La conversación con Ignacio Velilla, todo un personaje, no tuvo desperdicio y el vinito en su jazz-bar, punto de encuentro obligado en la ruta de los actores que visitan anualmente Zinemaldia, fue más que agradable, yo diría que muy placentera.
En fin, el día en la Bella Easo llegaba a su fin con una última parada en la preciosa casa de Gloria, nuestra anfitriona. Tejas, chocolate, café y mucho arte para terminar la visita a nuestra ciudad vecina. Vuelta a casa con buen sabor de boca y mucha prisa, los chicos nos esperaban ansiosos como no podía ser de otra manera.