Ya se cierne una nueva amenaza sobre la Villa de nuestras desdichas. En realidad sobre toda Euskadi: pero hace tiempo que tengo claro que cada palo tiene que aguantar su propia vela, así que ya me preocupo sólo de lo que pueda pasar con Bilbao. Está a la espera de aprobación la renovada ‘Ley de Adicciones’ del Gobierno Vasco. Da miedo. Parece que nuestro viejo ‘modus vivendi’ tiene sus horas contadas, y que en nada esto será poco menos que un estado policial. Se prohíbe fumar en todas las asociaciones, ya sean públicas o privadas; y esto incluye los txokos (¿en mi propio txoko?: injerencia en la propiedad privada, señores míos). Se prohíbe absolutamente el consumo de alcohol por parte de menores (¿y si el menor es mi hijo y yo se lo permito?: injerencia en los derechos que me da la patria potestad).
Se prohíbe que un ciudadano pueda tomarse una cerveza en la vía pública (pero sí se puede tomar, por ejemplo, una o mil bebidas energéticas: desconocimiento de los posibles problemas de salud por parte de las autoridades). Se prohíbe la venta de bebidas alcohólicas en establecimientos no destinados a su consumo inmediato entre las 10 de la noche y las 7 de la mañana (si tienes una fiesta en casa, que es lo que parece que todos vamos a tener que acabar haciendo para sobrevivir al tedio, y te quedas sin suministro, date por jodido). Y un montón de cosas más que me recuerdan muchísimo a un verano que pasé en San Petersburgo… cuando aún se llamaba Leningrado y estaba tras el Telón de Acero. Pero, además de esto, la Ley sale con artículos que suponen un ataque directo en la línea de flotación de nuestro buque insignia: la hostelería. ¿Cuadrillas de txikiteros cantando en la calle con su pote en la mano? Prohibido. ¿Grupos de gente en la puerta de un bar, charlando animadamente, echándose un trago y un piti y dando ambientillo? Prohibido. O -y aquí viene lo mejor- ¿Aste Nagusia, semana y pico de fiesta, y pasearse por ahí con el mítico ‘katxi en vaso plástico’ pillado en bar o txosna? Prohibido (habrá momentos puntuales, como el txupinazo de fiestas, en que el permiso dependa directamente de cada ayuntamiento: ¡que la Amatxu de Begoña nos ampare!). Y, por supuesto, esas barritas exteriores, los toneles tan nuestros, y los bancos o sillas que surgieron al hilo de la ley antitabaco -aunque mucho antes de la infausta ley, que siempre he pensado que tendría que ser una decisión del propietario de cada establecimiento, en Bilbao todos bebíamos en la calle-… prohibidos para utilizar con el fin con que se pusieron (tal vez puedan usarlos los que estén tomando bebidas energéticas).
Una ley básicamente disuasoria, que puede acabar por recluirnos en nuestras casas para huir del aburrimiento. En cuanto al consejero de Salud (yo pensaba que la salud se refería a otras cosas), un señor nacido en Bilbao, que estudió aquí medicina y que tiene un par de años más que yo (o sea, que vivió en la Villa aquella época gloriosa)… no se cree ni él que nunca tomó potes en la calle, en Pozas o en Ledesma o donde fuera, sentado con su cuadrilla sobre el capó de un coche; o que nunca se corrió una juerga un miércoles por los establecimientos de la noche botxera hasta las seis de la mañana (y si no lo hizo, que siempre hay algún raro, no sería porque la ley se lo prohibiera, sino porque no le dio la gana). Me decía hace poco un amigo hostelero, con varios locales en Bilbao, al que llevan años crucificando desde la Administración: “los que están haciendo ahora estas leyes son los que vivieron sin imposiciones y pudieron disfrutar de todo en su momento”. Pero parece que estos cargos relacionados falsamente con la salud y directamente con nuestras libertades sociales siempre se les dan a los integristas, nacidos o conversos.
En la rueda de prensa en que explicaba este despropósito a los medios, salpicada de términos como “tolerancia cero” o “terminantemente prohibido”, este bilbaino renegado soltó entre otros horrores una ‘perla’ que me tiene patidifusa: “En los países más avanzados no se bebe en la calle y no pasa nada: Estoy hablando de sitios como Estados Unidos, o Finlandia y los países nórdicos”. Ahí queda eso. Yankilandia, donde uno puede tener un arma y pegar un tiro impunemente a cualquiera que esté a tres metros de su propiedad, donde hasta hace no demasiado ni siquiera se podía ser negro… O Finlandia, donde la vida en la calle y tomarse una birra a medio millón de grados bajo cero será seguramente lo que encabece sus programas de ofertas turísticas. No sé si es un complejo aldeano o una tendencia de moda esto de compararnos constantemente con otros lugares del planeta; pero se están gestionando muchas cosas sin preguntar, y sin tener nunca en cuenta nuestra propia idiosincrasia. Señores: esto es Bilbao.
Esa ciudad en la que el ocio nocturno fue hasta hace poco bandera; en la que -todavía- uno ve al fondo de una calle, en la acera, un grupo de gente y sabe que allí hay un bar; o ve un mogollón al doblar una esquina y sabe que entra en una zona ‘bares 100%’. Y sabe también que va a encontrar ahí amigos, conocidos, o que va a hacer nuevas amistades. Porque aquí hemos vivido siempre en bares, discos y restaurantes… y en la calle; y de la calle, que es de todos -y no se confundan, señores políticos, que cada ‘baldosa Bilbao’ está pagada con nuestros impuestos-, y de los establecimientos hosteleros, que son de sus propietarios (o ¿acaso a alguno se le subvenciona o se le regala algo por tener un local que apoya la vida ciudadana y la cohesión social?), han salido grandes negocios, grandes relaciones, el germen de muchas familias contribuyentes y mucha alegría de vivir. Y ésa es la cuestión: vivir y dejar vivir. Y apoyar a la hostelería, a muerte y desde las propias administraciones, porque sigue siendo una de nuestras grandes señas de identidad; y porque cientos de personas viven de ello; y porque es un sector estratégico para nuestra economía, y un atractivo indudable para el turismo (sobre todo para el de esos países donde no se puede beber en la calle: ¡que cada uno juegue sus bazas!); y porque es lo que siempre propició esa cohesión social, esa confraternización entre nosotros, y con los foráneos, que hizo a Bilbao famoso en el mundo mundial… Y que los políticos se dediquen a arreglar el panorama económico y laboral, incluido el de los hosteleros, que bien sabe Dios que muchos lo necesitan, y el del resto de los ciudadanos, para que podamos seguir fomentando el vivir cotidiano y acceder al bar nuestro de cada día; y de paso que se dediquen también a controlar la delincuencia y los comportamientos realmente incívicos en la vía pública, en lugar de responsabilizar de ello a los propietarios de los locales. Que de gestionar nuestro tiempo de ocio y nuestra propiedad privada, y de educar a nuestros hijos, ya nos encargamos los bilbainos. ¡Ah! Y que levante el dedo el villano que prefiera ser ciudadano finlandés. ¡Pues tendría que estar loco, pudiendo ser de Bilbao!
2 Comments
Gracias Gontzal por comentar la crónica «Linving Bilbao» de Elena Marsal
Muy bien me parece el articulo.
No se puede consentir tanto atropello !!