Elena Marsal
No puedo decir que esto sea noticia de última hora, puesto que la cosa terminó de perpetrarse hace ya un par de meses; pero es muy probable que muchos bilbainos aún no se hayan enterado: la Plaza Circular de la Villa ya no es circular. Ni cuadrada. Ni rectangular. Ateniéndonos a la definición de la RAE (‘plaza: lugar ancho y espacioso dentro de una población’) ya ni siquiera es una plaza. Dentro de la fiebre que ha atacado a Obras y Servicios en las últimas legislaturas, cuyo síntoma más visible en la epidermis de nuestro pobre Bilbao ha sido no dejar títere ni plaza con cabeza, nuestra otra Plaza Circular se ha convertido en un simple cruce de calles, en la caótica convergencia de Hurtado de Amézaga, Navarra, Buenos Aires y Gran Vía.
Tras el destrozo sistemático de rotondas (Zabálburu, Jado, Campuzano, Arriquíbar…), con las consiguientes incomodidades para el tráfico rodado, ya le ha llegado el turno al entorno de Don Diego. Las aceras ya no siguen el patrón en círculo, con lo que a los edificios que flanquean el espacio, con sus fachadas en forma de curva para adaptarse a lo que fuera una rotonda, se les ha quedado cara de tontos.
Al grito de «vamos a hacer una ciudad más amable con el peatón» (y el que tenga que usar el coche o el autobús que se joda, supongo) las aceras han crecido de forma desordenada y absurda. Donde estuviera la parada de taxis el arco del bordillo ahora sale hacia la calzada, e incluye contenedores soterrados -ésos que cuestan un pastón, que se han retirado en mil municipios por su deficiente funcionamiento y que esperemos no tengan tantas averías ni huelan tan apestosamente como los que en su día se instalaron en Ledesma. La acera ante el viejo café La Granja (para éstos la cosa sí ha sido ‘amable’) ha crecido varios metros, con lo que el local ha ampliado la terraza; y a la acera de los impares de la Gran Vía le ha salido una monstruosa lengua de adoquines rectangulares (por lo visto la ‘baldosa Bilbao’ ya cotiza a la baja) que no sirve para paso de transeúntes… porque no va a ninguna parte, pero que cumple su función de mortificar un poco más a los conductores, ya que se carga, innecesariamente, un carril. A este respecto he oído que esta proliferación desordenada de adoquín inútil está relacionada con el proyecto de un centro comercial que se pretendía construir, aunque de momento no está claro si la cosa sigue adelante, ampliando los bajos del edificio de la torre del Banco de Vizcaya, y cargándose la fuente y toda la explanada que está detrás. No quiero ni pensarlo. Por su parte al paso de peatones con semáforo que conecta la Gran Vía con la calle Berástegui le ha nacido misteriosamente un hermano gemelo a unos metros en el arranque de la calle, en la misma ‘plaza’; de manera que el vehículo que baje por Hurtado de Amézaga con idea de girar en lo que pensaba que era una rotonda para subir en el otro sentido se come un parón y un atasco que no iban con él. Y si es un autobús, el caos está servido. Y si a todo esto unimos que un tercio de lo que hasta hace poco era una plaza circular está ocupado por la vía del tranvía…
Mientras tanto nuestro fundador, Don Diego López de Haro y de las Alturas, ha palidecido. Ustedes dirán que es porque lo han limpiado; pero yo creo que se le ha mudado ‘la color’ al ver lo que han hecho a sus pies. Bueno: a muchos metros bajo sus pies. Don Diego está más solo que nunca, y su pedestal ahora parece aún más alto. Cuando en la remodelación de la plaza se desmontó la magnífica escultura de Mariano Benlliure para limpiarla la propia biznieta del escultor, presidente de la fundación que lleva el nombre del artista y celosa guardiana de su obra, sugirió (sin ningún éxito) que la ocasión era perfecta para acortar de una vez el desproporcionado podio al que se le subió allá por el año 37, siguiendo los gustos monumentalistas de la época y sin preguntar siquiera al hombre si por casualidad padecía de vértigo, y lo devolvieran a su altura inicial, una peana de algo menos de cuatro metros que en 1889, en su enclave original de la Plaza Nueva, permitía apreciar en toda su magnitud el genio artístico de este valenciano, gran maestro del realismo del SXIX, que dejó también para Bilbao la impresionante escultura de Antonio Trueba ubicada en los Jardines de Albia, ésta sí, afortunadamente, al alcance de la vista de la ciudadanía. Sin embargo ningún bilbaino menor de ochenta años ha podido ver nunca, no siendo en foto, al fundador de la Villa. Lo que sí puede verse, desafiando al tráfico y me imagino que también a un puñado de normas municipales, es la pareja de bajorrelieves en bronce, también obra de Benlliure, que adornan dos laterales de la peana.
El otro día me porté mal y, cruzando una vez más por donde no debía y arriesgándome a que cayera sobre mí todo el peso de la ley, pasé a la base del pedestal para volver a contemplar el asedio de Algeciras y a Don Diego entregando el fuero; y comprobé que la leyenda de un lateral de la peana, que estaba simplemente tallada en la piedra (mármol de Ereño, para más señas), se ha convertido en letras de bronce, y en el lado opuesto ha aparecido una corona de laurel enmarcando la fecha de la fundación, todo ello en el mismo material y firmado este mismo año por los prestigiosos talleres Alfa. Y ahí se acabó el presupuesto, me figuro: porque recuerdo con claridad que en la rueda de prensa que dio el concejal de Obras y Servicios de turno en su día aseguró que se iba a rodear la peana de una zona ajardinada.
Lejos de esto, todo el montaje descansa hoy sobre una especie de platillo de café minimalista puesto del revés, con mucho menos espacio del que tuvo hasta ahora, y convirtiendo la soledad de nuestro fundador en absoluta. Y ya me contarán: ¿qué sentido tiene tener una obra de arte que nadie puede ver? ¿Por qué no se han respetado las dimensiones y la forma de la plaza y se ha ampliado la rotonda bajo la escultura para disfrute de los ciudadanos? De acortar la peana ya no digo más; pero desde la Compañía de Gargantúa, que llevamos lustros reivindicando que se arregle el despropósito de tener a Don Diego a trece metros sobre el suelo, podíamos haber explicado a doña Lucrecia Benlliure que es inútil desgastarse y pedir imposibles, que aquí los dineros están para otras cosas. Total, que Don Diego sigue en las nubes; y con las cirugías practicadas a las plazas de la Villa hemos conseguido la cuadratura del círculo. Y en cuanto a la Plaza Circular sospecho que alguien habrá sacado tajada de todo esto; pero, desde luego, no ha sido Bilbao.
3 Comments
Bien dicho , Elena. Saludos.
Estoy de acuerdo con Elena Marsal, respecto a la Plaza,circular, ovalada, o cuadrada. Se podia haber,
agrandado un poco, asi como ampliar el circulo de la
estatua del fundador llenandolo de flores, y haber
bajado el pedestal, para su contemplacion perfecta`
Estoy totalmente de acuerdo con el artículo de Elena Marsal. Pena y sentido de incapacidad me ha dado ver los metraos cuadrados robados a esa plaza Circular, tan importante como nudo de vehículos y tranvía, que ahora está conituamente casi embotellada y dificultado las maniobras de tantos autobuses que tienen que circular por allí tantas veces al día.
Pido que se arregle ese desaguisado con exceso que metros para peatones, dando problemas importantes a la circulación.
Quede claro mi malestar y preocupación por la negativa ampliación de aceras realizada.
Respecto a Don Diego, debo fijarme con atención, pero si le han eliminado sus gracias anteriores, pues qué mal. Todos perdemos algo.