Ayer noche en Bilbao, Villa de nuestros desencuentros, se encendieron las luces navideñas de los tres últimos barrios que quedaban en penumbra tras el montaje Bilbao et orbi que tuvo lugar el pasado jueves. La Asociación de Comerciantes Hiru Auzo, que comprende Elorrieta, Ibarrekolanda y San Ignacio, ha sido la única capaz de organizar un acontecimiento propio, con tintes festivos y con la intención de promocionar su comercio y su hostelería, que para eso están estas asociaciones, digo yo. Y el acto estuvo bien, con nutrida asistencia y con el colorido que merece la apertura de una campaña que a más de uno le va a salvar las fiestas y esperemos que algo más. Porque por lo que respecta al ‘encendido oficial de todo Bilbao’ que se hizo el día 26 de noviembre… no tengo palabras. Bueno: sí las tengo, claro. Si el año pasado (y ya lo comenté en este mismo espacio) cada zona organizaba un acto por su cuenta, todos el mismo día y casi a la misma hora, con lo que el que quería llegar a todo lo tenía imposible, y con lo que quedó confirmada la evidencia de que ‘el pez grande se come al chico’, este año, tras protestas de algunos, malos rollos de otros, e improductivos intentos de conciliación por parte de la Administración, se ha hecho una chapuza aún mayor.
Se montó en la Plaza Circular (en lo que queda de ella) una pantalla gigante, de ésas que cuestan (nos cuestan, claro) un ojo de la cara; un gran escenario que no cobijó escena alguna, un coro de vocecillas que ni se oía, los aburridos discursos de rigor… y se procedió al encendido de luces ‘para todos’ (como si fuera lo mismo estar en Santutxu o en Rekalde que en la famosa plaza); y las únicas luces que se veían desde ese punto (aparte de las que se proyectaron durante unos segundos en la poco amortizada pantalla de marras) eran las tristes, frías, aburridas y sempiternamente repetidas luces azules de los árboles de la Gran Vía, que no sé a ustedes, pero a mí, en cuanto enfilo la calle, me dan la impresión de que estoy entrando a un tanatorio. Y ya, ¡hala!, ya está aquí la Navidad, señoras y señores, pasen y vean. Ni un descorche, ni una invitación a turrón a la (poca) ciudadanía que se comió el marrón bajo el paraguas… nada.
Desde luego a veces en Bilbao somos la alegría del barrio.
No es que me encante hacer comparaciones; pero tengo que decir que en los últimos años he visitado Londres en vísperas de estas fechas y he descubierto que allí saben hacerlo. Y que nadie me diga que no es lo mismo, porque aunque la capital de la Pérfida Albión sea mucho más grande y cobije a muchos más millones de habitantes que la Villa de Don Diego… estamos casi a la par en barrios y zonas con su correspondiente Asociación de Comerciantes. Como lo oyen. En todo Londres no llegan a treinta; y en Bilbao hay doce específicas de barrios, y luego están El Corte Inglés, el Mercado de La Ribera y los centros Zubiarte y Bidarte, que ‘van por libre’. Lo que hacen estos hijos de la Gran Bretaña es repartirse todo el mes de noviembre, y cada cual, tras solicitar su fecha, se monta su historia. Y esto justifica que este año, por ejemplo, el primer encendido de luces haya tenido lugar en una fecha tan poco navideña aún como el 1 de noviembre. Pero se la pidió Oxford Street, que amortiza las luces que no vean, y a partir de ahí cada uno ha hecho su especial montaje (genial Carnaby Street, con increíbles descuentos y alicientes ese día en su pequeña calle; espectacular la decoración y encendido del mercado de Covent Garden; increíble lo de Harrod’s, con su ya clásico -entradas agotadas meses antes- Christmas Grotto; precioso el acto municipal en Trafalgar Square, con la iluminación del tradicional abeto y festival de coros de niños cantando villancicos; y recepción a la ciudadanía en el Ayuntamiento para inaugurar oficialmente la Navidad en la capital).
Y no veo por qué en nuestro Bilbao no podría hacerse así.
¡Ah, no! Que aquí estamos todos a pisar al de al lado, que por qué el alcalde va a tu acto y no al mío, que el primero quiero ser yo, que si tú enciendes yo también, que tú tienes más pasta y más asociados y compras más representación municipal… Y la ‘representación municipal’ agobiada, intentando quedar bien con todos y no consiguiendo, al final, que nadie quede bien.
Y esto no pasa sólo con el comercio en sí: acaba de montarse otro mal rollo con los hosteleros, a cuenta de permisos municipales de ampliación de horario en fiestas para unos y no para otros, visitas de las fuerzas del orden originadas ya no sólo por mis amigos los vecinos -que también, por supuesto- sino por propios colegas cabreados con o sin razón, y contrariedades y pesadumbres en general que crean una sensación de todo menos navideña para la ciudadanía.
Pero de esto hablaré la próxima semana, que hoy ya no me queda espacio. Sólo quiero decir que, aparte de la gran falta de sentido común que padecemos, y del compulsivo coñazo que supone acatar la directiva Bolkestein (¡la manía que le he cogido a ese hombre sin conocerle, por Dios!) que nos dibuja cada vez más a imagen y semejanza del resto de Europa, como si todos fuéramos iguales (y que nadie se engañe: si no hay dos personas iguales en el mundo, de qué coño va a haber dos ciudades iguales), por encima de cualquier otra cosa en Bilbao de unos años a esta parte lo más triste son los desencuentros entre unos y otros, en una ciudad que fue grande, sobre todo, por sus gentes, y en que hoy cada cual está a lo suyo, y a ver cómo me cargo al de al lado.
Pero total, qué más da, si pase lo que pase al día siguiente en los medios, en los bares, en los corrillos y en las redes la gente sólo va a habla de los goles de Aduriz o del último escándalo del Real Madrid.
¿He dicho ya esto antes alguna vez’? Creo que sí, pero lo repito: así nos va.
Yo también sueño con ese momento London
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