Por Elena Marsal
Más de un mes ya desde que estrenamos legislatura: y muchos expectantes por ver si levantamos esto de una vez con unas cuantas ideas frescas… o lo dejamos agonizando. Porque Bilbao se muere. Se muere de aburrimiento y de europeísmo mal entendido (y yo siempre reivindicaré que esto era Europa siglos antes de que naciera la Merkel); y algunos ya no nos reconocemos en esta Villa en la que llevamos viviendo más de medio siglo.
El nuevo alcalde acaba de presentar el plan de estrategia para los próximos cien días: nada menos que setenta puntos -setenta y dos me ha parecido contar, si he sumado bien- entre los que la prioridad está en el empleo, la actividad económica y el bienestar. Ya. Bonita obviedad. Y, bueno, ya sabemos que no hay nada nuevo bajo el sol; pero después de leer con avidez las siete decenas largas de temas a meter mano… me quedo como estaba. Mucha transformación urbana: puentes, soterramientos, intermodales... y tal y cual; cosas como «obras de instalación de los sistemas de control de acceso de vehículos al Casco Viejo» (como sigan por ahí lo siguiente tendrá que ser construir helipuertos en las azoteas); «zonas ambientales ‘pacificadas’ al tráfico» (que siempre he dicho que aquí ‘creamos idioma’); portabicicletas para los Bilbobus (impresionante: ¿y para cuándo portaBilbobus para los trenes, o portataxis para los aviones, por ejemplo? Porque ya, puestos a elegir en cada tramo el medio de transporte que más nos guste, qué menos que integrar todos con todos); planes, foros y proyectos, todo ello con mucho nombre en inglés, que queda más internacional; planes ‘especiales’ de desarrollo para barrios degradados; prioridades de accesibilidad; «diagnóstico de utilización del Euskera en el Ayuntamiento»; mucha… mucha policía; en Cultura y Ocio la cosa va por evaluación del BBK Live, de Bilbao Aste Nagusia, o del impacto económico de las fiestas de los barrios; mejora de parques infantiles; planes para los jóvenes y para las personas mayores…
Yo, la verdad, echo en falta planes para los que llevamos años levantando esta ciudad con nuestro trabajo, con nuestros impuestos, con el consumir diario en hostelería y comercio, como clientes de empresas y gremios, pagando a Hacienda una tasa por cada cigarrillo que nos fumamos y cada gintonic que nos bebemos y cada par de zapatos que nos compramos… y que no somos ni ‘jóvenes’ (bueno, yo sí, pero la ley no me considera como tal) ni viejos, ni tiernos infantes, ni sin techo, ni pertenecemos a ningún colectivo marginal o minoritario, sino que somos el grueso de la población, al menos de la población activa, la que trabaja de sol a sol y reclama vivir. Porque en estos puntos no se contempla el día a día, la Vida con mayúscula, en una ciudad que se pretende turística y de servicios, y en la que estamos perdiendo nuestras tradiciones y nuestros valores, en la que nos están comiendo las franquicias y las grandes cadenas, en la que los locales históricos se están yendo al garete (porque los ‘rescates’ por parte de la Administración parece ser que sólo son para la banca, que encima se dedica a amargarnos un poco más la vida), en la que está desapareciendo el mito de ‘en Bilbao se come bien y se viste bien’, que era, no nos engañemos, lo que siempre nos tuvo situados en el Mapamundi, y en la que la tradición nos daba un punto diferente y singular. El penúltimo golpe de gracia tuvo lugar ayer, cuando La Bilbaína (ancestral emblema de esta Villa) decidió admitir mujeres socias. Vale, que se me echen al cuello las feministas, pero creo que hay viejas historias que es necesario mantener; y acabar con determinadas cosas perjudica nuestra imagen local… e internacional. Por su parte la hostelería está que no se encuentra.
Lo último de la historia de la Plaza Nueva, cuando el vecino de turno protestó ante el Ararteko y éste obligó a retirar todo ‘obstáculo’ que molestara a este señor, aunque supusiera un servicio al cliente, es que el emblemático Víctor Montes ha tenido que quitar sus dos espectaculares maceteros de piedra de la puerta, objetos que eran parte de la fachada y estaban anclados al suelo. Y esto ya no fue el vecino de marras que desató la cagada (por cierto, ya me he enterado de quién es; pero líbreme Dios de mencionarlo aquí sin pruebes fehacientes y sin estar presentes mis tres abogados, que si fue capaz de denunciar al Ararteko que le hacían la vida imposible un par de toneles y de conseguir que le dieran la razón… cualquiera se atreve a estornudarle); esto ya fue otro hostelero, clamando agravio comparativo. «¿Qué pasa, que tu macetero es más bonito o molesta menos que mi tonel? Eso lo dirás tú». No deja de tener su lógica… y no deja de ser tristísimo. En esta Villa de nuestros desatinos los hosteleros están ya unos contra otros (cada uno luchando por su pan de cada día), porque de una ley que hubo en su momento prohibiéndolo todo se pasó después (en Bilbao no somos de medias tintas, por lo visto) a permitirlo todo, hasta el punto de que en un lugar histórico como es la Plaza Nueva esté ya a punto de inaugurarse el local número veintitrés.
Como me decía hace poco un amigo hostelero: «Ya lo único que falta es que den permiso para abrir un bar… dentro de otro bar». En cuanto al comercio, hay un solo punto contemplado en este nuevo plan municipal, y que dice lo siguiente: «Presentaremos el Plan Estratégico para el impulso de la actividad Comercial en Bilbao. Se diseñará la hoja de ruta para la generación del Plan de manera participada tanto entre las áreas municipales como con los agentes sociales». Vale. Siempre me he jactado de hablar un correctísimo castellano y de entenderlo perfectamente… pero en este caso creo que necesito notas al pie. Mientras tanto el Gobierno Central acaba de aprobar la ley de marras de libertad de horarios en el comercio, que permite abrir unos cuantos domingos y festivos al año, con la oposición del Gobierno Vasco y, entiendo, con la aprobación del ayuntamiento de nuestra Villa (al menos el alcalde Azkuna hizo de este tema una de sus banderas).
Así que ya está servido el lío, me imagino: sindicalistas armando la gorda, empresarios que no quieren abrir ni que otros abran, empresarios que quieren abrir y que se van a encontrar piquetes ‘informativos’ en la puerta, empleados encantados de cobrar horas extra, empleados cabreados porque no quieren trabajar en festivo, listillos arengando a la masa para que no compre en domingo, la masa haciendo lo que le da la gana, faltaría más, y enfrentándose a quien se le enfrenta… Y esto es Bilbao.
Esto es en lo que hemos convertido Bilbao. Recuerdo hace unos meses, aquí en la Villa, que había una rueda de prensa en que se presentaba una historia (que ahora no viene a cuento mencionar) de una iniciativa privada que lleva años llevándose a cabo, en la que hay varios intereses privados y alguna subvención pública. Llegué tarde, para no variar, y le pregunté a un colega y amigo: «¿Qué tal ha ido?». Me contestó con una sorna y un humor cínico que me dejaron un poco patidifusa: «¡No sabes lo que te has perdido! ¡Qué bonito! ¡Todos remando juntos en la misma dirección! Yo todavía estoy emocionado».
En el momento solté una carcajada, lo que significa que ya nos hemos convertido todos en unos cínicos: porque tendría que haber roto a llorar. Porque eso es exactamente en lo que hemos convertido Bilbao. Y algunos clamamos porque alguien arregle este desaguisado… y porque de verdad consigamos (de nuevo) remar juntos con el mismo rumbo.