Desde el pasado 27 de noviembre en Bilbao ya estamos ‘oficialmente’ en Navidad. Se procedió al encendido de las luces navideñas en tres de nuestros barrios más emblemáticos,Casco Viejo, BilbaoCentro y Deusto. Eso sí: lo hicieron todos al mismo tiempo. O casi. El ‘timing’ fue de locos, y me hizo cubrir en dos horas distancias normalmente impensables para mí. A las seis de la tarde en la entrada de Bidebarrieta, donde la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo encendía las primeras luces de la temporada con los chicos de Walk On Project, que tienen allí mismo un local con sus patitos de goma. Fue un visto y no visto, porque la cosa no había hecho más que empezar. De allí salieron como tiros de escopeta algún representante municipal, los fotógrafos de prensa, el responsable de la empresa de las luces, que parecía al borde de un ataque cardíaco… y las gentes del común, que no querían perderse la siguiente función.
Corriendo puente de El Arenal arriba conseguí llegar a las seis y media a Moyúa, al acto que organizaba BilbaoCentro, bonito y entrañable, con coros, los actores de ‘Fuego’ -que se preestrenaba esa misma tarde-, alcalde y concejales de todos los colores, y espectáculo cumplidito. Lo suyo, después de un acto de éstos, es quedarse de celebración tomándose unas rondas por los establecimientos cercanos, que al fin y al cabo se trata de incentivar un poco el dispendio. Y lo hicieron muchos de los asistentes. Pero los encendidos no habían terminado, y a mí sólo me dio tiempo a una caña. Tras apurarla casi de un trago cogí el metro hasta Deusto, porque a las ocho se encendían allí las luces. Como un clavo en el momento preciso en la esquina de la Avenida de Madariaga con la calle Iruña, exclamando “¡ohhh!” ante el repentino deslumbrar del bonito despliegue lumínico; y otra vez apurando de un trago el cava… porque exactamente en el mismo momento de pulsar el botón en Deusto se estaba inaugurando el nuevo local de laAsociación de Comerciantes de San Ignacio.
Esta vez, con la boca llena de turrón, pude ir en coche, con el ya más tranquilo responsable de las luces, que había podido comprobar que todas se habían comportado correctamente, la presidente de Deusto Bizirik, que allí dejó montaje y paisanaje para presentar sus respetos a su colega del barrio vecino, y una concejal del ayuntamiento que ya no podía ni con el alma. Llegamos tarde, claro, con la fiestecilla ya en marcha, al nuevo (bastante espectacular, por cierto) local, por donde acababa de pasar a saludar, como una exhalación, el señor alcalde, que llegaba del encendido de Moyúa, saltándose el de Deusto por pura imposibilidad espaciotemporal, y largándose pitando porque a las ocho y media tenía un preestreno en el Guggenheim (si este alcalde consigue llegar al final de su legislatura, con el ritmo que le estamos imponiendo, va a ser con unos cuantos kilos menos de los que tenía cuando tomó el mandato; y no creo que sean precisamente kilos lo que le sobra).
No seré yo quien rubrique el viejo dicho de que “hay más días que longanizas”. A estas alturas de mi existencia ya empiezo a ser consciente de que los años son pocos, los meses escasos y las horas cortas. Y de que en la Villa de nuestros pecados es inevitable que muchos eventos coincidan en día y hora o se solapen. Pero que cuatro Asociaciones de Comerciantes, todas del mismo Bilbao, no puedan, o no quieran, ponerse de acuerdo para armonizar las fechas y poder escalonar estos actos de manera que cada uno sea una gran fiesta, con participación popular, y no una competición a ver quién se lleva más medios y más representación municipal… Y al hilo de esta historia, hay otra cosa que me tiene perpleja, aunque no debería, puesto que toda luz tiene su sombra: ¿cómo es que, después de todo este gran montaje, la iluminación tiene una jornada tan efímera? Concretamente de seis de la tarde a diez de la noche, y hasta las once los viernes y vísperas de fiesta. La explicación parece ser que las luces tratan de potenciar el consumo en el comercio, y no tiene sentido que sigan encendidas cuando éste cierra. ¿Sólo el comercio? Y, ¿qué hay de la hostelería? ¿Y qué pasa con el espíritu navideño?
Lo que hacen las luces, y toda la parafernalia navideña, es potenciar la alegría de vivir, recordar al personal que estamos en fiestas y contribuir a elevarle el optimismo. ¿Por qué a medianoche no podemos seguir siendo conscientes de que la Navidad está ahí? ¿O a cualquier hora de la madrugada? ¿No sería bonito que la gente que tiene que levantarse a las cinco o seis de la mañana, cuando aún está oscuro, pudiera ver las luces al salir de casa y durante el trayecto hasta el trabajo? (¡pero si las luces de Bilbao son todas de led, y su consumo, aunque estén encendidas doce o más horas, es irrisorio!). En fin: el caso es que ya tenemos luces un año más, al menos un ratito todos los días, y ya está abierta la veda para consumir todo lo consumible, celebrar todo lo celebrable, comprar fastuosos regalos a los niños y chorradas innombrables al ‘amigo invisible’ que nos ha tocado en el sorteo del curro; y, sobre todo, torturar casi hasta la muerte y sin piedad a esa pobre colega a la que el resto del año cuidamos con más mimo, que es nuestra tarjeta de crédito. Porque, en realidad, son estas cosas las que hacen que todos sigamos vivos y que el mundo pueda continuar girando. ¡Felices fiestas, villanos!