Para mí que los hosteleros de Bilbao están listos para entrar en combate. Algunos ya están subiendo a las redes posts sarcásticos, cabreados, reivindicativos… pero todos destilando un poso de amargura.
La penúltima bronca se ha montado con la ampliación de horarios en fechas festivas para unos… y no para otros. Los ‘bares de día’ están que trinan porque en el grupo al que pertenecen no les dan más horas. Técnicamente no tienen razón, porque saben, o deberían saber, que cuando solicitaron su permiso en este grupo ya se especificaba que esto no estaba contemplado. Por otra parte los del famoso ‘grupo dos’ no piensan tolerar siquiera que ningún local ‘de día’ esté abierto diez minutos más de la hora establecida. Aunque el suyo ya haya cerrado.
La movida, que empezó con el último puente, en el que se esperaba gran afluencia de turistas, tiene diversos puntos de vista. En aras de hacerse una idea de qué se iba a ofrecer a ‘los guiris’ estos días (que ya está bien eso de pensar antes en el turismo que en el habitante, en el empresario y en el trabajador local, digo yo; pero, claro, somos ‘una ciudad turística y de servicios’ -yo me parto de risa), Bilbao Turismo y Lan Ekintza y yo qué sé quién más estuvieron preguntando por e-mail a todos los hosteleros si pensaban ‘estar ahí’ en el puente. Y resulta que muchos de los que tenían permiso de ampliación de horario cerraron domingo y martes -cuando no se fueron de puente entero-, y otros muchos con licencia de bar de día han estado ahí dando el callo, porque no cierran en todo el año; pero como hay que acatar la inflexible ‘directiva Bolkestein’, que aparentemente es lo que nos convierte en ciudadanos de derecho de este mundo, no podían dar un servicio más allá de la hora establecida.
Los del ‘grupo dos’ tienen su razón al protestar cuando el grupo ‘de día’ amplía horarios (yo pago más, yo tengo más trabajadores, tú no puedes hacerme una competencia desleal); pero también pasa que un montón de establecimientos ‘de día’ tuvieron que acogerse a ese permiso porque la famosa directiva (que igual va bien para el resto de Europa, pero esto es Bilbao, y me apuesto una pierna a que Bolkestein jamás ha pisado por aquí) no deja opción en muchos sitios a solicitar la licencia adecuada al propósito original; y hay muchos bonitos proyectos bilbainos que han tenido que amoldarse a otros circundantes como kebabs, teterías, chinos, franquicias o grandes cadenas.
Total: el lío ya está armado y, como me decía hace poco un amigo hostelero, «cualquier día veremos que esto acaba a cuchilladas».
Lo que sí está claro es que todos los grupos están de acuerdo en protestar porque se ha recrudecido (y parecía imposible ir a más) el férreo control de la policía municipal en cuanto a horarios de cierre. Y esto lo sé de buena tinta porque lo he padecido en mis carnes. Apercibimiento de la policía a altas horas porque estaba en la calle con vaso de vidrio y cigarrillo (mientras el local a mis espaldas chapaba aterrado la persiana, que una multa de tres mil pavos no se amortiza vendiendo cuatro copas); discusiones con los agentes de turno, que a mi edad ya no me corto un pelo cuando una criatura, por muy uniformada que esté, viene a intentar explicarme lo que puedo o no puedo hacer en la vía pública de mi ciudad de toda la vida; malos rollos con unos, con otros… desde agentes del orden «en acto de servicio», hosteleros en acto de «salvemos los muebles», y amigos de siempre en acto de «tía, no te pases, que hay una norma, y si está prohibido está prohibido».
No habrá nada más importante en que emplear a las fuerzas del orden que en ir a controlar que aquí haya gente divirtiéndose más tarde de la hora permitida (a eso hemos llegado: permiso para divertirse)… o salir perdiendo el culo cuando un vecino llama denunciando que le han despertado al niño, o que no le dejan oír bien el programa de Telecinco.
Ya estoy por ver cualquier día a los tercios de Flandes cabalgando por Indautxu portando el estandarte Bolkestein, poniendo una pica en cada bar que se ha pasado diez minutos de la hora y pasando a degüello a los clientes a los que se les ha alargado un poco la copa; o a la división acorazada Brunete entrando triunfal en la Plaza Nueva, y pasando por el rodillo de los tanques las mesas, sillas y sombrillas que no se han recogido dentro del estricto límite que marca la norma; o a la Legión Cóndor bombardeando Abando a partir de las veintitrés, indiscriminadamente sobre juerguistas autóctonos y foráneos que, apenas unos segundos antes, estaban comentando qué bonito el Guggenheim, qué noche tan guay, y a ver dónde tomamos la ‘siguiente’ espuela…
Los que conocimos aquel Bilbao en que había bares para todos y gente para todos los bares; los que recordamos diversión hasta altas horas, locales que cerraban cuando el último cliente se marchaba, y cuando a la última copa le seguía el desayuno, en ‘La Tortilla’ o donde fuera; los que aún tenemos la memoria de establecimientos pintorescos, castizos, legendarios, rincones que sólo se encontraban en la Villa de Don Diego, y que atraían a numerosos viajeros y turistas encantados de compartir nuestra idiosincrasia; los que nos codeábamos en un entorno hostelero en el que todos se llevaban bien, en que te encontrabas al dueño del bar que acababa de cerrar en el bar de al lado tomándose un pote e invitando a media parroquia; los que tuvimos la suerte o la desgracia de vivir esos tiempos… hoy nos cagamos en el maldito empeño de acatar la normativa europea y la directiva Bolkestein, en la globalización y en la obstinación en que toda la Humanidad funcione de la misma manera y esté cortada por el mismo patrón.
Y sobre todo en que las gentes, nuestras gentes, que siempre se caracterizaron por su hospitalidad, su camaradería y su corporativismo, se hayan convertido en buitres, y hayan perdido su fraternidad botxera y su filiación villana.
Que hay una crisis económica está claro (probablemente muchos moriremos sumidos aún en ella); pero especialmente hay una crisis de valores y de identidad, un no saber dónde terminan los derechos de algunos y un desconocimiento de lo que es hacer ciudad, hacer Bilbao, y mantener nuestros parámetros para mantenernos nosotros mismos… con nuestra misma mismidad.
Y, claro: así el espíritu navideño no nos va a comer. Porque yo no veo estos días Navidad en Bilbao. Tal vez sea porque la climatología no acompaña, y puede que falte un poco de nieve, y de frío. Pero, sobre todo, falta ambientillo. Ayer mismo, después de una cena familiar en un restaurante de Alameda de Recalde, tras la que tuvimos que subir a mi vieja casa de siempre a tomar las copas, porque no había nada abierto en cien kilómetros a la redonda, me fui dando un largo paseo desde los aledaños del Guggenheim hasta el Casco Viejo. Eran las dos de la mañana. En los casi veinticinco minutos (yo camino sin prisa y con tacones) que tardé en hacer el recorrido puedo jurar que sólo encontré un alma andando -unos pasos tras de mí por la Gran Vía: me paré a encender un cigarrillo para dejar que me sobrepasara, que cuando estás casi sólo en el mundo nunca sabes si el único otro habitante viene en son de paz o de guerra-, me crucé con dos taxis (probablemente llevando a urgencias de Basurto a un par de personas con una depresión galopante como la que me estaba dando a mí), un gran camión de transportes, y tres vehículos de limpieza municipal, limpiando lo que por narices tenía que estar ya limpio, visto el ambientazo que imperaba. Las únicas luces de Navidad que vi en todo el trayecto fueron las pequeñas intermitentes moradas (¡moradas, por Dios!) de los arbolitos de la Plaza de Moyúa y las ya clásicas que cuelgan de las diez farolas del puente de El Arenal. Ni un escaparate iluminado, ni una gracia navideña, ni un sonido que no fuera el eco de mis propios pasos.
Esto es Bilbao a mediados de diciembre, en plena campaña de Navidad. Seguro que en el desierto de Gobi hay más marcha. De todas formas, espero que todos los bilbaínos tengamos unas felices fiestas.
5 Comments
Elena, soy FAN tuyo desde hace tiempo, estoy tan de acuerdo con tus diafanas opiniones. Quizas algun día,
sera posible que hablemos de una ciudad un poco mas
feliz y animada como lo fue «un tempo en fa».
Elena también somos fan tuyos. Que sigas así de auténtica y no cambies por mucho que haya gente a la que le moleste que hables. Aupa !
Zorionak eta Aurte Berri On
Pues a mi , que quieres que te diga, me alegras la vida con tus comentarios. Es grato saber que hay gente enel mundo cercano de Bilbao que tiene criterio. Te saludo.
Elena buena pluma y más razón que un santo. Por favor que te escuchen quienes tienen la llave de cambiar la vida de la ciudad en Bilbao. Ojala avanzemos un poco en mejorar la vida de la ciudad que no todo es lo que digan los 4 vecinos que controlan la vida en la calle. Pero que miedo les tienen ¿ pero, por qué les temen tanto las instituciones a 4 vecino egoistas? Hemos pasado de una ciudad industrial a otra de servicios que busca atraer al turismo ¿entonces en qué quedamos? No es eso lo que quieren nuestros gobernantes, esos a los que les otorgamos nuestra soberanía? ¿ quien va a visitar esta bombonera tan bien decorada y maquillada a base de firmas internacionales pero tan sumamente aburrrida como están convirtiendo a Bilbao. Estamos pareciéndonos a lo que se decía del Sur de Francia, una gozada para pasar el día y disfrutar del entorno pero menudo rollo a partir de tal hora. ¿Quien nos iba a decir esto hace 20 años?
¡Chapeau, querida!. Nos vamos eurofeizando…uff. Muxuk.