Algunos villanos, sobre todo los que ya no tenemos dieciocho, aún intentamos remontar los últimos coletazos de la resaca que nos ha dejado la Semana Grande.
Los balances festivos han sido los que se esperaban por parte de todos los implicados, dejando claro que aquí ya no vale el viejo dicho de “cada uno cuenta a feria según le va en ella”: de cara a la galería la feria les ha ido a todos de maravilla, aunque algunos sepamos de buena tinta y de primera mano que eso no es del todo cierto. Pero hay que vender la moto; y tal y como están los tiempos, y con la sed de hacer sangre que afecta a veces a los chicos de la prensa, lo suyo es andarse con pies de plomo. Aunque siempre hay quien mete la pata, como la Coordinadora de Comparsas, y parte de la oposición municipal, tan empeñados en dar bombo al tema de las agresiones sexuales (que no ha habido más de en Aste Nagusia que las habituales en cualquier otra fecha del año) que consiguieron que nuestros amigos giputzis titularan en uno de sus diarios de mayor tirada: “Las agresiones sexuales empañan la Aste Nagusia bilbaina”. Hay que fastidiarse. Tampoco tenía desperdicio un titular de El Mundo: “La pirotecnia que causó un incendio gana el concurso de Fuegos Artificiales de Bilbao”. Jua, jua.
Y, mientras tanto, el botellón pasaba de puntillas por todas las ruedas de prensa. Si es que pasaba. Tal vez porque la Asociación de Hosteleros no hace su balance particular; porque todos los consultados están de acuerdo en que, si bien se ha trabajado bien de día, el botellón ha sido el indiscutible rey de la noche. También algunos han señalado que pasar la fiesta a la última semana de agosto no tiene grandes ventajas: “más gente pero con menos dinero”. Muchos ‘txosneros’ han hecho pucheros en petit comité, conscientes de que la cosa no ha ido tan bien como era de desear (aunque por lo que a mí respecta, como sigan sirviendo la bebida en esos repugnantes vasos de plasticorro –que una no tiene ya edad de beber cerveza en una especie de orinal- y poniendo esa música que hiere la sensibilidad, la cosa aún puede ir a peor). Ha habido hosteleros del Casco Viejo que han llegado a hacer cuentas de los kilómetros (en serio, kilómetros, y la cosa no resulta una broma) de papel higiénico gastados durante la semana, casi todos ellos a manos –por no decir otra cosa- de botelloneros que no consumen en el local. La hostelería de Indautxu clama al Cielo, alegando desastre en fiestas y, a decir de algunos, “durante todo el año, que nos tienen abandonados”. En Albia y el Ensanche la cosa ha ido más o menos bien, como siempre; pero más de uno se ha quejado de los abusivos impuestos que cobra el ayuntamiento por poner terrazas especiales para estas fechas, y ya se está planteando no montarla el año que viene, con lo que podríamos perder alguna de las más emblemáticas.
En fin.
Pero todos sabemos que la Villa de Don Diego cabalga hace ya tiempo entre la bilbainada y el despropósito; y en Bilbao, al igual que la incongruencia, el buen hacer y la txirenada también están a la orden del día.
Tras el pequeño parón post festivo se vuelve a la rutina, que aquí significa empezar a inaugurar y a presentar cosas, todas a la vez y a un ritmo febril, como si no hubiera un mañana. En un puñadito de semanas se agolpan magnos y algo menos magnos acontecimientos, que van desde presentar una exposición o una nueva marca de cerveza autóctona, de otorgar premios y reconocimientos a meritorios personajes de nuestro entorno, de organizar fiestas para no perder el cuerpo jota, hasta inaugurar puentes, arrancar con diez días de un festival consagrado al humor, o presentar la final internacional de saltos de Red Bull en aguas de nuestra Ría. Con lo que ya estamos todos de nuevo corriendo de un lado para otro, jadeando a ritmo de agenda y presentando disculpas por no haber sido aún santificados con el don de la ubicuidad.
Sin embargo hay que reconocer que, por lo que respecta a la Villa de nuestras penas y glorias, nadie da más a la hora de hacer las cosas por todo lo alto.
Porque me dirán que no es una gran bilbainada tener un festival que dura diez días y que está dedicado nada menos que a la risa y al humor. O acoger una final mundial de saltadores, cuya organización, de entre todos los lugares del planeta (y tras la colosal txirenada que supuso el año pasado que un bilbaino -¿de dónde, si no?- se marcara un aurresku a 27 metros de altura sobre una plataforma de poco más de un metro cuadrado), ha elegido el Puente de la Salve para este espectáculo universal. Aunque hablando de puentes, quizá la mayor bilbainada, la gran txirenada del año sea la inauguración de hace un par de días del Puente Frank Gerhy. Un puente que se ha construido para unir la isla de Zorrozaurre con ‘tierra firme’. Que ustedes preguntarán: “¿Qué isla?”. Perdón, señores: esto es Bilbao. Primero construimos el puente, lo inauguramos con gran bombo y parafernalia, con dilatada asistencia de autoridades (y una pena que a última hora no pudiera asistir el mismísimo Gerhy, el autor de la bilbainada más universal de la que podemos fardar hasta el momento) y amplia presencia de medios… y luego ya, si eso, iremos construyendo la isla.
¿O qué? ¿Somos, o no somos?
2 Comments
Muchas gracias por el apoyo! Un abrazo.
Muy acertado, totalmente de acuerdo, como siempre